miércoles, 20 de febrero de 2008

Porque no me voy de la Argentina

Por qué no me voy de Argentina.
Porque no tengo ganas de irme a otra parte a laburar haciendo cosas que no me animé a hacer aquí.
Porque no tiene nada de malo, ni de indigno, ni deaberrante, trabajar de mozo o lavacopas, o cortando el pasto, o de empleada doméstica, o cuidando una quinta, pero si es bastante difícil de entender que no lo quieras hacer aquí, porque consideras que estudiaste para otra cosa, y en cambio lo agarres como si fuera el maná si te lo ofrecen en Europa, en EEUU o donde sea que te estés yendo.

Porque afuera de Argentina , hagas lo que hagas, siempre serás UN EXTRANJERO, un sudaca en España, un “hispano” en EEUU, y donde sea, un argentino, uno “de afuera”, que tendrá que demostrar que no es un vago, un inmigrante que viene a sacarle el laburo a los nativos de allí... Y probablemente tendrás que tolerar lo que aquí no toleras, escucharás chistes injustos, actitudes xenofóbicas, prejuicios estúpidos, y trabajarás como una bestia para demostrarle a todo el mundo que sos buena persona, civilizado, con valores, y digno de confianza, no tanto por vos, ni para vos, sino para que la generación que viene, la de tus hijos, la pueda pasar mejor que lo que la pasas vos.

Y de algún modo, para que puedan recordar con orgullo, la epopeya de papá y/o mamá que cruzaron los mares en búsqueda de un futuro mejor para ellos.

Porque allá te esforzarás en trabajar horas extras,sábados, domingos y feriados, conseguirás dos (sino tres) laburos, vivirás en lugares que aquí despreciarías ,que para ellosson apenas un poco más que las villas de aquí, y no te quejarás, porque considerarás que es el precio a pagar, es el derecho de piso, que así son las reglas de juego.
Porque te aprenderás el idioma, las costumbres y lahistoria del lugar donde vayas, pagarás puntualmente los impuestos no tirarás un papel en el suelo respetarás las autoridades, la ley, no levantarás la voz, harás colapacientemente, y te pondrás de pie cuando suene el himno de esa tierra que te recibe y te da laburo y comida, TODO para demostrarle en la cara a cualquier nativo que te discrimine, que vos sos tan merecedor de ese país como él; que viniste a trabajar, a engrandecerlo, y que tus hijos nacidos allí tienen nombre de próceres locales.

Porque ahorrarás cada mango que puedas, tratando de vivir espartanamente.
Porque te volverás más católico, más cristiano, más judío, más musulmán, más budista o lo que sea en que creas ,en definitiva, más religioso de lo que eras como una forma de buscar más fuerza en tus principios, y quizás demostrarle a todo el mundo que tienes el carnet de buena persona, religiosa y espiritual.
Porque aceptarás cualquier regla de juego , aunque no teparezca justa, tolerarás lo que nunca toleraste, y jamás pensarás en hacerle un cacerolazo, un corte de ruta, un escrache ni un paro a ese gobiernoextranjero, porque aunque te sientas con derecho, teconsiderarás que estás pegado con saliva, recibido de favor, alojado de lástima, porque más que tenacidad, tendrás miedo...miedo a no ser aceptado, miedo, en definitiva, que se resume en “mejor no joder que sino me rajan.”

Porque lo primero que leerás en los diarios de ese país, es si no cambió la política respecto a los inmigrantes. Sino se “endureció”, si no ocurrió que un día alguien decidió que no haces más falta.
Porque como consecuencia de todo eso, necesariamente prosperarás, ascenderás, o harás tu negocio; tus hijosestudiarán ,y probablemente serán doctores, maestros, ingenieros, contadores.
O lo que quieran.
O lo que puedan.
Porque cuando un hijo se queje de lo dura que es la vida,le dirás que no sabe de lo que habla, que dura era la vida en Argentina, no aquí; que con tesón y sacrificio se superantodos los obstáculos. Que no se rinda, que no afloje, quehaga como vos, que te viniste con lo puesto y que hoy sos un respetado miembro de la comunidad. Porque quizás fantasearás con volver a la Argentina, pero de viaje, eso sí, para mostrarles a los que se quedaron lo bien que te fue. Y consecuentemente, no volverás hasta que no te vaya bien.
Porque será como una misión en la vida: volverás triunfante o no volverás jamás.
Porque si te mimetizaste bien con el medio, un día te morirás allá, y quizás algún nieto tuyovuelva a Argentina para conocer la tierra de su abuelo, y sepreguntará si el nono no exageraba cuando hablaba de hambre, miseria y desocupación, porque... “caramba, esto no se vé tan mal, desde este hotel.”
Se comprará unos cuantos libros de Borges, el Martín Fierro, compacts de folklore (aunque no entienda muchas palabras), hará un par de amigos, sacará fotos y se volverá a su lugar.
A su patria.
Porque te digo esto? Porque yo también, nosotros también, somos hijos, nietos, bisnietos, tataranietos o lo que sea, de inmigrantes. Porque la historia del inmigrante, es la historia de la esperanza. Esa esperanza que da toda esa energía y determinación.
Pero acordate: tu bisabuelo, por regla, se vino a refugiar a nuestra (sí, también tuya) Patria huyendo de una guerra. Vos no.
Tu bisabuelo se vino en la bodega de un barco. Vos te vas en avión.
Acordate bien, porque esa libreta de inmigración de tu nono, es la que hoy te habilita a sacar tu “nueva ciudadanía” (¡como si no tuvieras ya una!). Es la que te fabrica el simulacro jurídico de “neo europeo”, o de “no-tan-hispano”, si tu “lugar” es EEUU.
Que detalle, hasta eso te llevas...!!

Acordate donde estudiaste, acordate de los colegios públicos, universidades públicas y bibliotecas públicas que frecuentaste y utilizaste o pudiste haber utilizado.

Acordate bien, que no te falle la memoria.


Que no te falle, porque hay otra historia también.
Porque cuando algunos se van, otros no.
Y los que no se van, son los que mantienen a un país vivo.Los que soportan, los que sufren, y los que, necesariamente, en algún momento, hacen el cambio. Quedándose. Como lo hicieron los españoles, los italianos, losalemanes y todos los que no se fueron de sus países a pesar de la guerra, a pesar del hambre, a pesar de la miseria.
Los hijos y nietos de ellos, son los que hoy te reciben, allá adonde te estás yendo. Y nosotros nos quedaremos. Y recibiremos a tus nietos. O te recibiremos a vos, especialmente si la fortuna no te sonrió como vos lo esperabas. Te recibiremos, porque sos argentino, y porque sos argentino, tienes ese derecho, de entrar y salir de nuestra patria, cuantas veces quieras o puedas.
Porque (acordate) , sos argentino, no cubano, ni chino.
Puedes irte, y no sos un “traidor al régimen” por eso. Puedes volver y no te espera la cárcel.
Te esperamos nosotros.
Y nos quedamos, aún pudiendo irnos, porque no queremos reeditar la historia de nuestrosabuelos. No queremos seguir siendo emigrantes y nómades cada tres o cuatro generaciones. Preferimos vivir nuestra propia historia, aunque nos cueste muy caro.
Porque la historia te cuenta que en todas las sociedadesdel mundo, llega un punto en que la desesperanza se vuelve furia, y la furia se vuelve valentía. Y se arrasa con todo lo podrido. Y la valentía se vuelve esperanza. Y se reconstruye, de a uno por uno. Armando los pedacitos de lo que quedó. Equivocándose. Acertando. Volviéndose a equivocar. De la pobreza, se aprende la humildad. De la humildad, se rescatan los viejos valores.
Y así se vuelve a la vieja receta del éxito. La receta dela Alemania de la posguerra; de la España devastada por laguerra civil; de la Italia postfascista; de los EEUU despuésde la gran recesión del año 1930; del Japón después de la bomba atómica.
Porque la historia es un ciclo. Y porque quizás sea ciertoque, después de mucho sufrir, estaremos condenados al éxito. Quizás así, si no lo consigues entender vos, tus nietos lo entiendan y entiendan que hace falta valorpara irse, pero mucho más para quedarse, cuando más te necesitan.

Irse...quedarse...¿no será mucho tantos argumentos que te escribo, tanto fundamento visceral, por una mera traslación?
Y es que en algo estamos de acuerdo, y es que te asiste el soberano derecho de hacer de tu vida lo que quieras. Irte a donde quieras... pero sobre todo, porque PUEDES IRTE. Aquí nadie te lo va a impedir.

Es que no se trata de que te vas, sino cómo te vas. Porqué te vas. Porqué reniegas con odio de todo lo que sos.

Podemos relativizarlo todo...Podemos decir que cualquier lugar del mundo es solo eso...un lugar.
Podemos decir que somos “ciudadanos del mundo”.
Podemos narcotizarnos con ficciones de globalización. Podemos defenestrar nuestra propia historia, especular que desde una foto satelital, las fronteras no existen.

Y después de esa sesión de racionalizaciones de segunda, y relativizaciones de cuarta, podemos ver que miles de años de historia, se resumen en la labor centenaria de construir una identidad. Podemos ver que en Medio Oriente, en los Balcanes, en decenas de lugares, se aniquilan por un pedacito de tierra que cabe en cualquier provincia nuestra.

Y me importa un carajo si me dicen que hay millones de planetas, de galaxias y que en comparación, no somos nada.

Yo sólo sé que sólo se puede estar en una parte a la vez. Y aquí es donde estoy. En este lugar. En esta tierra. En esta Patria.

Esta Patria, es todo lo que tengo. Donde nací, donde construí mi historia, donde enterré a mi muertos, donde nacieron mis hijos.
Esta Patria que es mía, aunque cambie de nombre, aunque se haya llamado Virreynato del Río de la Plata, Provincias Unidas, o como se vaya a llamar algún día. Es Mía.

Porque soy protagonista de eso. SOY parte de mi Patria. No la miro desde afuera. No la juzgo, sin juzgarme.

Mi Patria es a la vez, mi orgullo y mi vergüenza, mi alegría y mi dolor. Mi orgullo de premios Nobel y de talentos y mi angustia de villas miserias, historia turbia y terrorismo de estado.
Mi Patria es esa inmensa obra en construcción, más precisamente, en permanente construcción, hecha con planos cambiantes, con improvisados, con genios y con inútiles, llena de demoliciones y nuevas construcciones.

Mi Patria, a fin de cuentas, es un país que ni siquiera tiene 200 años, que no se deja comparar con ningún otro país, que no le sirven las recetas ajenas, que solamente aprende (como los niños) desde el dolor de la propia experiencia.
Mi Patria me queda enorme, y no sé si me alcanzará una vida para merecerla.

Catamarca, Febrero de 2002.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Identidad argentina en construcción (más allá del pesimismo)


Una hazaña increíble: la integración de tradiciones culturales antitéticas
El filósofo Víctor Massuh expuso en la Cátedra sobre "Rasgos perdurables de una identidad argentina". En esta página transcribimos su ponencia.

Toda vez que los argentinos nos referimos a la marcha de nuestras instituciones, lo hacemos con perplejidad y desaliento. No estamos conformes con nosotros mismos y nos acusamos unos a otros. El desconcierto y la desolación terminan buscando en el pasado a los culpables de los males presentes. Ya hay quienes razonan así: si nos equivocamos y tantas veces, ¿no será que la mayor parte de nuestra historia es una acumulación de problemas irresueltos, de rupturas soldadas epidérmicamente, y que la identidad argentina es una constante decepción? Yo no me cuento entre estas almas sensibles.
Pido perdón a mi audiencia de no ofrecerle un panorama depresivo que es lo único que pone eufóricos a mis compatriotas en estos días. No formo parte de esa inteligencia argentina que se complace morbosamente en la enumeración del fracaso, demora más de la cuenta en su análisis, al punto de convencernos que todo derrotismo es un triunfo moral.
Para ello basta con esa chatura mediática que sin descanso celebra la danza de la muerte en torno a un país malogrado por la crisis. No me tapo los ojos, por supuesto, ante el descalabro presente. Pero quiero abrirlos hacia el pasado porque me interesa el futuro de nuestras instituciones. Y esta es mi imagen: en el pasado hemos seguido una notable trayectoria hacia la integración de contenidos opuestos. Integración, convergencia, síntesis. No digo que no hubo rupturas violentas, charcos de sangre, guerras estúpidas, enconos fratricidas. Reconozco, sin embargo, que hubo desgarramientos legítimos que volvieron al país casi invivible: entre la tradición hispana y el jacobinismo de la Revolución de 1810; entre la pasión caudillesca y el racionalismo moderno; la Argentina atlántica y la mediterránea; la militar y la civil; la de economía cerrada y la abierta.
Pero al cabo, el país dio siempre el paso de la superación integradora, la convergencia, la unión de opuestos, el reconocimiento del otro. Es preciso recordar que lo mejor de nuestro país, aquello de lo que no podemos avergonzarnos, fue el resultado de una hazaña increíble: la integración de tradiciones culturales antitéticas: la indígena, la hispana de la Conquista y la Colonización, la criolla de la Independencia y la Organización Nacional, y la inmigratoria de fines del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX. La historia fue acogiendo cada uno de esos legados y mediante una lenta sedimentación, los convirtió en implícitos mandatos de una voluntad argentina.
Es cierto que esa voluntad hoy está enferma y en eclipse. Pero es preciso tener una clara conciencia de sus contenidos -que en adelante enumeraré brevemente- si deseamos promover su reencuentro con la luz. El legado indígena no tuvo en nuestra tierra la misma fuerza civilizadora que en otros países de Iberoamérica. De todos modos en nuestro origen estuvo el indio con suerte diversa y silenciosa presencia. Tanto en el Norte como en el Sur y el Litoral argentinos, fue el mensajero de una religiosidad telúrica, una estética celebratoria de la inmensidad cósmica, una sabiduría mítica que concibe a la criatura humana como parte de la naturaleza y no como su señor.
En varias provincias del Noroeste, por ejemplo, pervive una pátina arcaica que colorea la piel, los alimentos, la música, la literatura, las artes y el pensamiento. Escritores como Manuel J. Castilla y Héctor Tizón; folkloristas como Atahualpa Yupanqui, Jaime Dávalos, Cuchi Leguizamón, Eduardo Falú y Rolando Valladares; pintores como Medardo Pantoja, Lobo de la Vega, Timoteo Navarro, Hugo Irureta, Blanca Machuca, Enrique Salvatierra y Víctor Quiroga; ensayistas como Joaquín V. González, Ricardo Rojas, Bernardo Canal Feijóo, Adolfo Colombres y Rodolfo Kusch, todos ellos sintieron y pensaron la Argentina poniendo el oído en la voz callada del indio.
Esa voz cuenta en la polifonía de la identidad argentina. El legado ibérico desparramó sus semillas en nuestra identidad de manera hegemónica a lo largo de más de tres siglos. La Conquista, la Evangelización y la Lengua dejaron una impronta indeleble. Los desbordes de la Colonización fueron atenuados por la Evangelización y las Leyes de Indias. Pese a la infamia de la Inquisición, la Iglesia Católica difundió una ética universalista que irradió en las capas populares y permitió, en un primer momento, iniciativas innovadoras como las misiones jesuíticas, asimiló cultos vernáculos y, llegado el momento de jugarse por la patria en ciernes, sus sacerdotes llenaron el Cabildo de Mayo y, más tarde, la casona tucumana de 1816. La lengua de Castilla, que unificó espiritualmente a todo el Subcontinente Americano, fue también factor de unión de comunidades indias incomunicadas entre sí por una infinita fragmentación de etnias y formas dialectales que desconocían la escritura. El idioma español abarcó casi toda la geografía cultural del Nuevo Mundo y fraguó un rasgo hispanoamericano que quedó definitivamente incorporado a la identidad argentina. Desde entonces pertenecen al patrimonio espiritual argentino: Garcilaso Inca de la Vega (peruano), Rubén Darío (nicaragüense), José Martí (cubano), José Enrique Rodó (uruguayo), Alfonso Reyes (mejicano), César Vallejo (peruano) y Pablo Neruda (chileno), tanto como nuestros próximos Sarmiento, Lugones, Alejandro Korn y Borges.
El tercer legado, el criollo, cristaliza a partir de Mayo de 1810. Desde mucho antes se vino ahondando la ruptura entre el padre y el hijo, entre el español y el americano. El criollo rompe con España, además, para devenir europeo, para abrir un paso franco al racionalismo ilustrado, a los derechos del ciudadano, a la división de poderes del sistema republicano; abrir un paso a la noción de progreso, a la autonomía de la razón frente a la fe, a la apertura al mundo. En suma, para movilizar la voluntad romántica y fáustica de crear de la nada un país, haciendo tabla rasa de su pasado: el español, el indio y el negro fueron considerados retardatarios. Pese a estos excesos lamentables, la Argentina criolla fue de una creatividad inaudita. Fue capaz, en circunstancias atroces, de un coraje único: la Independencia de 1816.
Si bien fue desmesurada su negación del pasado, es evidente que sus protagonistas se sentían fascinados por algo nuevo. Moreno, Belgrano, San Martín, Pueyrredón, Rivadavia, Echeverría y toda la generación del 37 caminaban por el borde del abismo, pero sentían la embriaguez de una libertad total: la de inventar un país.Y esta fiebre se extendió a todo el siglo XIX. Basta evocar tres momentos estelares: un santo de la espada cruza los Andes para poner en actos esta verdad eterna: sólo ayudando a liberar a otros se asegura la propia libertad.
2) Un abogado tucumano se encierra en su casa de Valparaíso y no la deja hasta tener redactado el texto Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina que envía de inmediato a Urquiza en 1852.
3) Un sanjuanino genial metió a la patria en su propia vida a un punto tal que aún hoy todo lo grande que pueda hacerse llevará su nombre.
La Argentina criolla echó las bases de un Estado democrático, produjo instituciones adaptadas a su fisonomía, un pensamiento y una literatura no deudores de la península, y consolidó el sentido de una identidad abierta a la aceptación de los contenidos de su pasado y también de otras regiones y culturas del mundo.
La condición abierta de la identidad criolla se fortaleció con la aparición del cuarto legado: el aporte inmigratorio que se desparramó sobre nuestro suelo a partir de la segunda mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del xx. El 75% de la población actual tiene su origen en aquella inmigración. Al cabo del tiempo transcurrido, ella contribuyó a definir tres rasgos ya incorporados a la identidad argentina.
En primer lugar, la condición de país abierto al mundo y que otorga un crédito suplementario a todo lo venido de afuera. Nuestra Constitución sacralizó una y otra vez este rasgo poco frecuente en el Acta fundacional de cualquier país. Receptores de una inmigración masiva, nos convertimos en lo que Ortega y Gasset llamó "país poroso", cualidad que él señalaba como necesaria para el nacimiento de una gran cultura. Y en esto la Argentina, según el filósofo español, era comparable al “milagro” de la Grecia clásica que acogió lo asiático pero transfigurándolo en una identidad nueva.
En segundo lugar, otro rasgo de la identidad argentina aportado por la inmigración es el pluralismo. En virtud del así llamado mestizaje de nacionalidades, religiones, etnias y lenguas diversas, el argentino aprendió a sentirse un ciudadano plural. En letras, arte, economía, ciencia y filosofía nos habituamos a convivir con tradiciones y escuelas diferentes, a entrar y salir de ellas con una soltura mayor que el hombre culto de otras latitudes para quien la tradición es un férreo condicionamiento. Este rasgo nos predispone al cosmopolitismo, a una visión planetaria, incluso a la universalidad.
No otra cosa quiso significar Borges al decir que "nuestra tradición es el mundo". En tercer lugar, la inmigración promovió una visión del país que pone el acento en el futuro como espacio para la aventura y el "segundo nacimiento". El inmigrante abandona la rigidez de un oficio heredado y adquiere la plasticidad necesaria para asumir otros ocasionales; juega con una lengua diferente y nuevas costumbres; se proyecta en el destino del hijo convertido ya en la encarnación del país venidero.
Pero ocurre que el hijo ya no es la continuidad del padre extranjero, sino que éste continúa al hijo argentino que logró la fluidez del arraigo y el aplomo de pertenecer a un nuevo sistema de comportamientos. El padre es hijo de su hijo.
Lo cierto es que para la Argentina inmigrante el futuro era más real que el presente y el pasado. Más que continuar una tradición, se aspiraba a crearla. Esa Argentina inmigrante soñó con comienzos de toda índole, con iniciar una estirpe, asumir a pleno una libertad creadora.
Justamente en 1922, el mayor filósofo argentino, Alejandro Korn, publica su ensayo La libertad creadora, que podría considerarse el credo filosófico de ese futurismo de la inmigración convertido en esperanzada voluntad argentina. El énfasis futurista de la inmigración me lleva evocar el reproche de Paul Groussac, quien al comienzo del siglo anterior lamentaba "la tibieza del sentimiento histórico" en la Argentina de su tiempo (Del Plata al Niágara). "Tibieza" hacia el pasado que muchas veces fue algo más: negación y olvido.
Pienso que esta actitud del inmigrante también estuvo presente, con gestos más duros, en otros momentos decisivos de nuestra evolución: fue la del español frente al indio, del criollo ante el español. Pero también hubo "tibieza" del inmigrante con su tierra de origen, porque quería reunir todas sus energías para apostarlas en el casillero del futuro.
Bien o mal, así construimos nuestra historia los argentinos: volcando todas las luces hacia adelante y despojándonos del pasado como un lastre que dificulta la marcha.
La divisa intelectual de las dos primeras décadas del siglo pasado fue plus ultra. Su euforia futurista cobró acentos épicos en los cantos a la Argentina (Darío) y a los ganados y las mieses (Lugones).
Hoy nos encontramos lejos de aquella euforia y más bien sentimos la fatiga del futurismo. El horizonte se ha cerrado y es reemplazado por una retórica que lo invoca para ocultar el presente. Cunde el desánimo o el encono ciego y sin salida. Tampoco sabemos cómo insuflar en nuestros hijos el apego a su tierra. Es tiempo nublado.
Al cabo de una accidentada aventura histórica, los argentinos hemos hecho un camino prodigioso integrando valores indígenas, hispánicos, criollos e inmigratorios; sin embargo, hoy nos sentimos en la cola del mundo.
Justamente en un mundo que tiene la vista puesta en la idea de integración como meta de una formidable aventura cultural. La superación de las antinomias, el esfuerzo en favor de la fusión de opuestos o de su convergencia, son metas legítimas de nuestro tiempo en cualquier espacio de avanzada mundial. Veamos algunas de las promesas dominantes de nuestro tiempo.
En la esfera de la globalización, por ejemplo, sigue siendo la unidad de lo diverso, su énfasis en lo humano global a través de la comunicación, el legítimo llamado cosmopolita a esa patria común que subyace en las patrias. Por supuesto, en este campo las frustraciones asedian, porque no se puede hablar de planetarización con un lenguaje de amo grosero y arrasando con las diferencias. En religión, crece el ecumenismo y el diálogo intercultural: los fundamentalismos violentos pueden ganar las calles pero no las conciencias.
En cultura, las tradiciones más variadas se integran espontáneamente y van del brazo en música, ciencia, literatura, filosofía, moda, cine, televisión, arte culinario y turismo, pese a los agoreros de un "choque de civilizaciones". Hace décadas se difundió en la humanidad un progresismo que programaba enterrar el pasado apostando a la aparición revolucionaria de lo nuevo como solución integral de males humanos. Pero ocurre que hoy el pasado del mundo vuelve en casi todas sus formas, fecunda el presente con su variedad y presenta un paisaje prodigioso: la simultaneidad de lo diverso.
Se abren archivos clausurados, ceden prohibiciones bochornosas; minorías regionales despiertan dentro de un contexto nacional dominante; por todas partes brotan ruinas que hacen del pasado prehistórico nuestro contemporáneo. Toman la palabra textos que durante siglos estuvieron mudos, e ideas que antaño brillaron como estrellas. El mismo arte de curar entremezcla terapias modernas y arcaicas nacidas, éstas, de culturas remotas.
¿Cómo hablar de "choque de civilizaciones"? Más bien habría que hablar de una "integración de civilizaciones", de simultaneidad de lo diverso, de lo propio y de lo ajeno.
Pasa algo en el extremo del mundo y tomamos partido como si ocurriera a nuestro lado. Se tiende a entrecruzar los géneros: la lógica silvestre de los mitos primitivos se confunde con la razón discursiva; el mundo clásico enlaza con la modernidad; la lección del filósofo occidental, tan autosuficiente, busca nutrirse de la sabiduría de Oriente tanto como de un relato bantú de la Africa recóndita.
Hoy el lector y el contemplador de cultura empiezan a ensayar, por vez primera, la experiencia de ser contemporáneos de todo-tiempo. La misma ciencia que en el siglo XVIII conquistó su autonomía frente a la religión, a la ética y a la política, hoy advierte que sólo puede preservar esa independencia efectuando nuevas alianzas con sus viejos contendores: estos mismos han cambiado.
Pensemos en las incursiones de la bioética y el genoma humano: la ciencia no sólo busca prolongarse en la tecnociencia sino también en la sabiduría. Perdonen ustedes esta visión inevitablemente epidérmica del mundo contemporáneo, cuya mejor aventura tiende sencillamente hacia la integración, la interdependencia de las culturas, la coexistencia de lo diverso.
Me pregunto con estupor: ¿no estuvimos acaso, nosotros los argentinos, viviendo esta experiencia en carne propia a lo largo de nuestra historia? ¿No hemos tratado acaso de complementar, fusionar, integrar tradiciones, genes, lenguas, nacionalidades, religiones, pasiones, estilos, ideas?
Me resisto a creer que el actual colapso de la vida argentina malogre esa notable preparación de su historia para participar hoy en la más noble y audaz aventura del género humano. Resulta difícil aceptar que con el descalabro político y económico actual, también estemos perdiendo ese enorme capital que lentamente habíamos acumulado.
Cuesta creerlo. Las culturas decaen luego de un florecimiento o mueren porque no se adaptaron a las nuevas condiciones de la creatividad humana. Decadencia o muerte. Ninguna de esas dos perspectivas son las nuestras. Por un lado no se sabe de qué florecimiento real habríamos decaído; por otro, el organismo social está vivo pese a la enorme sangría de la crisis.
Al respecto pienso que la creatividad cultural argentina no decrece y constituye una reserva intacta. Esto me hace pensar que por suerte el país es sólo un organismo inestable: hay órganos que están menos afectados que otros y de ellos puede venir el torrente de salud que restablecerá el equilibrio. En las circunstancias actuales no debemos olvidar que la "apertura al mundo" fue un acto de fe fundacional desde 1810.
Este acto creador continuó en el temerario país de las "Provincias Unidas de América del Sud" de 1816, el "dogma" echeverriano de 1837, el triunfo sobre Rosas, la Organización Nacional, la generación del 80, la Argentina "aluvional", la de la Ley Sáenz Peña y el desarrollismo frondizista. La meta fue siempre la apertura al mundo. Pero ese país abierto, en sus mejores momentos no se olvidó de sí mismo como nación. No estuvo dispuesto a caer en la anomia de una extraversión desmesurada, ni menos a renunciar a la condición de argentino.
Esta condición, con sus contenidos de orgullo y autoestima, es hoy un imperativo vital. Incluso para salvar nuestra tradicional apertura al mundo.