sábado, 14 de abril de 2007

Un gentleman es hijo del trabajo. Un hidalgo no.

Observaciones de un pensador venezolano, que pueden aplicarse a toda América Latina.
Los venezolanos y el trabajo
Arturo Uslar Pietri
Sábado, 1 de marzo de 1997
Esta es una introducción un poco solemne que hago y que no corresponde a mi intención. Cuando tuve noticias de que se estaba preparando este ciclo de conferencias, le di mi apoyo más entusiasta, porque considero que se trata de un tema fundamental que está, hoy en día, en el centro mismo de lo que pudiéramos llamar el problema venezolano, y que una reflexión seria, responsable, confiable sobre qué se puede hacer para que en la mente del venezolano medio se restablezca esa relación rota entre la idea de trabajo y la idea de riqueza es de una importancia fundamental.

Culturalmente, el venezolano no ha asociado nunca la idea de riqueza con la idea de trabajo. Este es un aspecto muy importante, digno de ver. Somos los hijos de una herencia cultural y, en el fondo de nosotros, a veces subconsciente o inconscientemente, aparecen esas concepciones casi instintivas que hemos recibido, que hemos mamado, que hemos heredado de un pasado muy remoto.

Los tres grandes actores culturales que formaron, por así decirlo, el sustrato cultural de la Venezuela actual no nos dieron una herencia positiva que asociara la idea de trabajo y la idea de riqueza. Todo lo contrario.

Habría que empezar por evaluar esa herencia cultural. Empecemos por el español del siglo XVI; no valoraba el trabajo, lo despreciaba, el trabajo era servil, el trabajo descalificaba socialmente, no se podía ser hidalgo, condición a la que aspiraban millares de
españoles o que la ostentaban, si se podía probar de alguna manera que se había trabajado alguna vez o que se trabajaba.
Para el hombre de condición, para el hombre de respetabilidad social, el trabajo no entraba en las posibilidades, las cuales eran muy sencillas: o la corte, la función pública; o la guerra, la acción armada que permitía a una persona subir socialmente; o la iglesia. Esos eran los caminos que estaban abiertos. El camino del trabajo no existía porque descalificaba socialmente.

Hay dos personajes que la literatura española del siglo XVI ha retratado adnirablemente y que reflejan este conflicto fundamental. Uno es el hidalgo. Don Quijote era la personificación del hidalgo por excelencia, pero como Don Quijote había millares de hombres que vivían en la pobreza, en la mayor estrechez, para mantener sus pretensiones de nobleza, para no descalificarse socialmente, llegando a los mayores sacrificios. En uno de los grandes libros de la literatura española del siglo XVI. El lazarillo de Tormes, que es una obra fundamental para entender nuestro pasado cultural, se pinta el caso del hidalgo que se moría literalmente de hambre, que mandaba a su criado a pedir limosna en las calles porque el no podía trabajar, porque él no debía trabajar, porque si trabajaba se descalificaba socialmente. Había un menosprecio inmenso del trabajo, el trabajo descalificaba, el trabajo era servil, era para los villanos, para los servidores pagados, pero la gente que aspiraba a alguna consideración social no podía trabajar. Eso duró mucho tiempo y eso lo trajeron a América los conquistadores españoles. Los hombres que venían a la conquista de América venían porque no querían trabajar, venían de hacer actos heroicos, a jugarse la vida para no trabajar, para ser señores, venían a América a ser señores y eso estaba en el fondo de la mentalidad de ellos, de modo que el trabajo no entraba en su panorama moral y social.

Eso llegó hasta el final de la colonia. Ya muy adelantado el siglo XVIII, el padre de Don Francisco de Miranda se vio negado y objetado en su aspiración a que se le considerara miembro de la nobleza criolla porque tenía una tienda, trabajaba, y eso lo descalificaba socialmente. Esta es una herencia muy importante que está en el fondo de nuestros genes, el menosprecio al trabajo, y que lo refleja mucho el refranero criollo, el trabajo es para los burros, el hombre inteligente y vivo no necesita trabajar, tiene otras vías y otros caminos.

El otro personaje, junto con el hidalgo, que aparece en la España del siglo XVI es el pícaro. El pícaro también explica nuestra herencia cultural. Así como el hidalgo se dejaba morir de hambre para no trabajar, el pícaro hacía las cosas más audaces, atrevidas e ingeniosas para no trabajar, para vivir al margen de la sociedad haciendo engaños, maniobras y vivezas.
Junto a ellos tenemos a otro actor cultural, el indio. El indígena, en general, estaba en una etapa muy primitiva de evolución y la mayor parte de ellos era cazadora y recolectora, de modo que la idea de trabajo, el concepto europeo de trabajo, no entraba en su mente.
El primer gran fracaso que tuvo la colonización española en América, allá en la época de Santo Domingo, fue la imposibilidad de hacer que el indio trabajara. No podía trabajar, no entendía el trabajo. El no trabajaba, él cazaba, pescaba, recolectaba frutas, pero no entendía que existía un horario y que se le pagara por ello. Eso no entraba en su tradición cultural, ni se alimentaba para hacer un trabajo sostenido, ni entendía que eso fuera otra cosa que una arbitrariedad y, por lo tanto, trabajaba mal, se fugaba, se sublevaba, y eso explicó porque tuvo que venir el africano.
De modo que por el indígena no nos viene una herencia de trabajo, sino una herencia de vida en la naturaleza que provee lo necesario por la caza y la recolección, que no tienen nada que ver con lo que es propiamente el trabajo.
El otro gran personaje fue el africano. El africano era el esclavo y el trabajo era la obligación de los esclavos, y fueron los esclavos los que hicieron con su trabajo lo que había en este país a fines del siglo XVIII como riqueza. ¿Cómo podía el esclavo asociar la idea de trabajo con la idea de riqueza, si el trabajo era una maldición, era una condición servil de la que había que huir? El trabajo no podía asociarse en él con ninguna idea de riqueza porque él no podía enriquecerse. Lograban tener a veces un pequeño peculio, por favores del amo, pero como actividad lucrativa la esclavitud no lo fue nunca.
Esas tres fuentes culturales están en el fondo de nuestra subconsciencia y explican en gran parte por qué tenemos tan poco aprecio por el trabajo como fuente de riqueza, por qué ni el español, ni el indígena, ni el africano pudieron formarse nunca esa asociación de ideas.
Históricamente, tampoco. La primera gran diferencia que hay entre la colonización de la América del Norte y la colonización española de la América Latina es la razón por la que se hizo la colonización y cómo se hizo la colonización de la América del Norte. La hicieron colonos, grupos de familia, de trabajadores rurales, el hombre, la mujer y el hijo que habían sido granjeros en Inglaterra y que se trasladaban a América a hacer lo mismo, a ser granjeros, a establecer una familia, a iniciar una explotación agrícola en medio de los indígenas.
Los españoles no vinieron a ser granjeros, ni lo fueron nunca. Venían a ser conquistadores, venían a lograr un destino señorial en el cual no entraba nunca la idea de que ellos podían venir con su familia a establecerse, a trabajar un pedazo de tierra a labrarlo.

Ese es un hecho muy importante para descubrir muchas de nuestras actitudes tradicionales. Históricamente, Venezuela comienza con los conquistadores , cuando se empieza la aventura de descubrir el territorio venezolano, lo que más tarde vino a ser Venezuela. La primera penetración, la primera exploración de todo el territorio venezolano, duró más de un siglo, y lo que permitió inventariarlo realmente tuvo una sola causa y solo motivo:: la búsqueda de El Dorado. No podía haber asociación más violenta de riqueza con azar, ni divorcio más completo de riqueza con trabajo.

Los Welser y los conquistadores españoles son coetáneos y vinieron a América no a establecer sociedades productivas, no a colonizar, no a establecer familias ni núcleos familiares; vinieron a buscar El Dorado. Eso duró más de un siglo, hasta bien entrado el siglo XVII, y se recorrió todo el terrotorio de Venezuela en las búsqueda de ese fantasma prodigiosos, de la inmensa riqueza, de la más grande riqueza. La búsqueda de El Dorado es la busqueda del tercer imperio, el más grande de todos. La etapa de las Antillas de la conquista española fue siempre un fracaso, no encontraron oro, no encontraron esclavos, los españoles no vinieron a trabajar, de modo que el resultado fue muy negativo. Pero muy pronto encontraron a México, el primer gran imperio, encontraron aquella presencia inmensa de una sociedad madura llena de riqueza y llena de oro, fue un gran descubrimiento para la rapiña. Muy poco después se descubrió el segundo gran imperio, el Perú, que fue igualmente otro hallazgo descomunal, en el que se encontró lo que está simbolizado por aquella escena del cuarto que llenó Atahualpa de oro hasta donde alcanzaba la mano de un soldado extendida. De modo que eso hizo pensar que existía otro gran imperio más rico que México y el Perú y ese tercer imperio debía ser El Dorado. Se le buscó por todas partes, en el territorio del actual Ecuador, en la meseta de Bogotá. Se le buscó intensamente en toda Venezuela, por los llanos y por la selva amazónica. Se le buscó por el Amazonas mismo y terminó en la última y trágica etapa de la aventura de Walter Raleigh, ya entrado el siglo XVII, que vino a buscar El Dorado, que anunciaba que era el más rico imperio del mundo, que haría de la reina de Inglaterra un monarca más rico que el Gran Turco.
De modo que empieza el país con esa visión de El Dorado y, cuando no se le encuentra, lo que surge es una resignación: han fracasado, van a tener que trabajar.

A este propósito quiero recordarles un dato curioso.
En el siglo XVI unos conquistadores españoles de la actual Argentina le escribieron una patética carta a Felipe II pintándole las miserias horribles en que estaban y la escazes espantosa en aquella tierra, que es una de las más fértiles y ricas del mundo, y para mostrar el extremo grado de pobreza y de desamparo en que estaban le decían; "Hemos tenido que llegar a trabajar con nuestras manos!" -la generación del ideal señorial.
De modo que la colonización venezolana del siglo XVIII se hace como la herencia de un fracaso: no se encontró El Dorado y hemos tenido que ponernos a sembrar y poner a trabajar a los esclavos para mantener algún aspecto de vida señorial.

Cuando viene la Independencia surge una nueva actividad en Venezuela que es muy importante de estudiar, que es la guerra. El venezolano no llegó a asociar en la colonia la idea de riqueza y la de trabajo por la sencilla razón de que quienes trabajaban eran los esclavos, quienes no se podían hacer ricos de ninguna manera. En cambio, los señores que sí eran ricos, o que se podían hacer ricos, esos no trabajaban y tenían mucho cuidado de no trabajar porque eso los descalificaba socialmente. Cuando viene la independencia con el siglo XIX y empieza la época de las guerras civiles, la gran aventura ya no fue El Dorado, la gran aventura es la guerra. Entonces se asocia la idea de riqueza con la guerra. El porvenir, la posibilidad de mejorar, consistía en meterse en una montonera, asaltar el pueblo vecino, saquearlo, robarse el ganado, sumarse con otra montonera más adelante, llegar a constituir una fuerza suficiente para aspirar a coger el gran botín, que era el gobierno, apoderarse del Estado y, con esa llave, de la riqueza nacional. Así se asocia el poder político con la riqueza. La manera de hacerse rico era teniendo acceso por medio de las luchas armadas con un rango militar, y eventualmente la Presidencia de la República, que abría la posibilidad de todos los negocios.

Los Presidentes de Venezuela en el siglo XIX, con muy contadas excepciones, llegaron a ser los hombres más ricos del país, José Antonio Páez fue el hombre más rico en su tiempo, los Monagas llegaron a tener una enorme riqueza, Antonio Guzmán Blanco llegó, y alardeaba de ello, a ser uno de los hombres más ricos de América Latina, y esa tradición se perpetuó hasta Juan Vicente Goméz, que llegó a realizar una gigantesca concentración de riqueza.

La guerra y la política sustituyeron la idea de trabajo. Guerra, política y riqueza eran las misma cosa.

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